En navidad, regálame sensaciones, regálame tiempo.
Si quieres regalarme algo, regálame sensaciones.
En Navidad también.
En estos días donde parece que sólo comprando cosas vamos a demostrar nuestro cariño a los demás, conviene recordar y rebuscar en nuestra cabeza que es lo que se ha quedado grabado a lo largo del tiempo desde que éramos niños.
Algún juguete, seguro, sobre todo cuando ha sido un juguete deseado y soñado, y sobre todo, cuando ha sido sólo uno.
En mi caso, lo que llevo grabado a fuego es la ilusión, el olor a galletas recién horneadas que impregnaba toda la casa y los asados interminables que duraban horas y horas. También recuerdo los secretos herméticos que no se liberaban hasta llegado el momento. La logística era un poco penosa, pero también formaba parte de la dinámica navideña. Visto con un poco de perspectiva, hasta eso era tierno.
En mi niñez no solía cuestionarme nada más, pero a toro pasado, creo que fue buena. A nivel humano fue buena. Sobre todo recuerdo que hablábamos de cualquier cosa y había risas. ¡Recuerdo las risas!
Y ahora viene la obligada reflexión, cuando observo la vorágine de las compras navideñas, no puedo evitar cuestionarme cosas.
A veces, en consulta, dejo caer la idea de lo importante que es jugar a algo en familia, lo de menos es el juego, porque lo que en realidad importa es la sensación de pertenencia, esa sensación de unión y de grupo que a todos nos encanta experimentar. Y me sorprendo cuando compruebo que hay familias cuyos miembros lo hacen todo por separado. Van por libre.
De repente, prueban, y todos se sienten bien, hasta el punto de que se olvidan de mirar móviles y tablets. De repente se dejan envolver por la sensación. Y les gusta. Y suelen repetir.
Me gusta pensar que los adultos construímos los recuerdos de los niños y los nuestros también y que tenemos una capacidad de innovación que puede potenciarse si la practicamos con más frecuencia. Y eso no tiene mucho que ver con comprar cosas, sino con compartir cosas.
El mejor regalo siempre será el tiempo que nos dedicamos, el de más calidad. Paradójicamente, aunque no cuesta dinero, es el más escaso, quizás porque supone un costo en inversión al que no acabamos de encontrarle hueco por considerar que tenemos otras prioridades.
Aquí os dejamos una lista de “dones” para los más pequeños, aunque también funciona para los grandes. Todos ellos relacionados con experimentar sensaciones:
Don del afecto
Si me hablas, me cuentas cuentos y me respetas, siento que me quieres.
Don del pensamiento
Me quedo pensando después de hablar contigo porque las cosas que me dices me hacen sentir bien.
Don del consuelo
Las palabras que me dices son las más adecuadas para curar la tristeza.
Don de la imaginación
Lo imposible se hace posible cuando me lees un cuento.
Don de la empatía
Cuando me lo cuentas de un modo adecuado, vivo las experiencias como si me pasaran a mí.
Don del conocimiento
Aprendo cosas en los libros, sin que nadie me de órdenes.
Don de la atención
Escucho todo lo interesante que me dices
Don del deseo lector
Cuando me lees un cuento interesante, me entran ganas de saber más.
Don de la fuga
Si me lees un cuento, me salen alas para volar a otros mundos.
Don de la palabra
Cuanto más leo, más palabras tengo para contar lo que quiero contar.
Y aunque todos estos dones tienen que ver con las sensaciones que se experimentan con la lectura, estoy segura de que se te ocurrirán más cosas para compartir y enriquecer tus relaciones y la comunicación con los tuyos.
¡Ten una Navidad creativa!
Si quieres regalarme algo, regálame sensaciones.
¡En Navidad también!
¡Desde la habitación psicología muy felices fiestas para todos!
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Pilar Crespo
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